Si hay algo que nos cuesta a todos más que cambiar los hábitos alimenticios, más que aumentar nuestro ciclo de sueño o cambiar nuestro ritmo de vida en general, es movernos, simplemente movernos.
Vivimos en una sociedad centrada en la búsqueda de la comodidad, las empresas nos venden productos para hacernos la vida más "fácil", quieren evitar que nos fatiguemos en exceso, y nosotros caemos en esa red mullidita y blandita de hilos de algodón egipcio y, lógicamente, nos acomodamos.
Pero, es lógico. Llegas a casa cansado, después de haber pasado ocho horas en la oficina, sentado en tu sillón ultra-ergonómico de diseño aéreo-espacial, con cojín viscolástico para tus posaderas y rejilla de nylon ultra-transpirable para tu espalda. Te has pasado toda la jornada manejando datos en tu ordenador "noiseless" y frente a la pantalla de veintiocho pulgadas con filtro polarizado y sistema anti-reflejos. Contestas al teléfono con un auricular almohadillado manos libres. El suelo de la oficina es anti-estático para no alterar tus biorritmos y cuando te levantas a por tu café, que se prepara en cuestión de dos minutos en la máquina de cápsulas, el hilo musical te acompaña con una melodía "Chillout" que te transporta a otras latitudes. Vas al baño y, nada más abrir la puerta, el frescor del aroma a brisa marina te sumerge en un trance de paz y relajación (cosa que viene fantástico en el baño, todo hay que decirlo). Son ocho largas horas de resolver problemas, lo más cómodamente posible, pero que te dejan muy quemado. Cuando atraviesas el umbral de tu hogar, lo único que te apetece es comer cualquier cosa y lo más rápido posible, porque estás deseando tumbarte en tu sofá super-mega-ultra confortable, con tapicería "soft-touch" y sistema "ever-warm" y echarte la siesta del siglo. La misma que te echaste ayer y anteayer. Una horita sólo, que luego son dos. Y a las seis de la tarde, la merienda. Otro café y un dulce, galletas o pan con nocilla, eso si, sin levantarte del sofá. Ya son las siete, toca una horita (o dos) de videojuegos o series, se ven geniales en tu pantallón de cincuenta y cinco pulgadas "ultrahachedé" y tu sistema de sonido Dolby Surround 5.1 con sistema de inmersión acústica integrado. Las dos horas de ocio se han convertido en tres y, tras pasar media hora revisando los mensajes de los grupos de "WhatsApp", te das cuenta de que ha llegado la hora del baño. Te levantas por segunda vez en toda la tarde, la otra fue para hacer pis antes de preparar la merienda. Te das una ducha relajante en tu sistema "SPA" de cinco chorros, con efecto normal, lluvia, catarata, tormenta tropical y monzón de las Maldivas y sales tan relajado que no te da una bajada de tensión gracias al café y la media barra de Viena con crema de cacao que te zampaste, cómodamente, hace tres horitas. Te secas, te pones tu pijama de tejido "baby-care" para que tu piel no se irrite al contacto con sintéticos y te preparas la cena. Bandeja precocinada de surtido gourmet, una copita de vino (o dos) y de postre un yogurt 0% o un danacol, porque hay que cuidarse.
Y esto lo haces un día y otro y otro más. Y, al cabo del tiempo, tu cuerpo te dice que ya está bien. Que tanta comodidad y que tanto bienestar le están afectando. "¡Chacho, vete al médico y que me revisen!" Te sobra azúcar, te sobra colesterol y te sobra comodidad. Te dan los resultados de la analítica y es como haber suspendido hasta religión y plástica cuando ibas al instituto. -"No puede ser, si yo me cuido" le dices al médico, éste te mira con cara de no haber entendido un chiste y te da ánimos. -"No se preocupe, que aún no está para medicarse. Estos niveles los puede bajar usted con un poco de esfuerzo. Dieta sana y ejercicio moderado todos los días". ¡Boom! Acaban de dinamitar tu vida sedentaria de lujo con tres palabras y estás en shock. Casi prefieres que te den la pastillita.
Pasada la fase de negación (esto no me puede pasar a mi, no estoy tan mal, seguro que se han equivocado...) te planteas hacerle caso al facultativo y hacer algo de ejercicio. Vas a Decathlon y te equipas con lo mejor de lo mejor, zapatillas "running" con "soft-step system", camiseta de tejido técnico efecto "ever-dry" y unas mallas de lycra integrales, que te realzan el trasero y a ti te hacen muy feliz, porque cabes en ellas, aunque te sienten como a un cura una metralleta.
Día uno. Te disfrazas como para correr la maratón de Nueva York y te acoplas el "esmartfon" al brazo, buscas en "Spotify" la lista "Motivation Mix Classics". Sales a la calle, te pones las gafas de sol deportivas polarizadas (nuevas, por supuesto) y le das al play y suena "The Eye Of The Tiger", te vienes arriba y te lanzas a correr. Cinco minutos has tardado en darte la vuelta, bebiéndote el "Gatorade" azul a chorros, mientras tratas de no ahogarte con tu propia lengua, que no recordabas que fuera tan larga. El concepto de "ejercicio moderado" no lo captaste bien del todo. Las agujetas empiezan a decirte que ya están aquí nada más despertar al día siguiente. Te acuerdas del médico y de toda su familia. Pasas tu jornada laboral como puedes, intentando mantener el tipo frente a los compañeros tratando de caminar soportando el punzante dolor que recorre cada músculo de tu cuerpo a cada paso. Vuelves a casa, mientras te quitas la ropa miras de reojo la equipación deportiva, que te acecha desde ayer desde el rincón en el que la tiraste. -"Hoy no puedo ni moverme, mañana saldré otra vez a correr" te dices a ti mismo, mientras te dejas caer como un saco en tu amado sofá "cheslón". Al día siguiente han dado lluvia y das gracias a Dios mirando al cielo encapotado. Al siguiente hace frío. Al siguiente tienes que ir a comprar. Ya ha pasado una semana y te has hecho un planing de excusas que ni un político en una comisión anti-corrupción. La comodidad se ha vuelto a adueñar de tu vida y, puedes soportar los remordimientos mientras meriendas azúcar con azúcar viendo series desde tu sofá.
A todos nos ha pasado. Dejarse llevar por el lado oscuro, por el camino fácil y rápido, es lo cómodo. Pero, llevar una vida sana, y practicar un poco de ejercicio moderado todos los días te va a dar calidad de vida y no una engañosa vida de calidad, que es lo que consigues de la otra manera. Las excusas para no cumplir con esa pequeña dosis de deporte que necesita tu vida a diario, las conozco bien (estoy cansado, no tengo tiempo, tengo cosas que hacer, no me apetece, mañana empiezo...) yo las he antepuesto muchas veces. Se puede vencer la apatía y la desgana. Te lo digo yo. Y no necesitas grandes medios para hacer deporte. Tus piernas, unas zapatillas de deporte y la calle. En la calle tienes de todo. Grandes aceras, avenidas arboladas, parques, carriles bici, aparatos de gimnasia, todo gratis y al alcance de tu mano. Treinta minutos al día es lo que recomiendan pero, para empezar, inténtalo con la rutina de los siete minutos. A tu ritmo, poco a poco, sin forzar la máquina. En un par de semanas empezarás a notar los resultados. Dormirás mejor. No te ahogarás al dar cuatro pasos. Y, si eres constante, en un mes verás como empiezas a bajar de peso.
Si yo puedo hacerlo, tú también puedes.
Así que, ya sabes ¡mueve tu cu-cu!
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