Si piensas que la comida no influye en tu estado de ánimo y, en general, en todos los aspectos de tu vida diaria, estás muy equivocado. Tu ánimo influye en lo que comes y lo que comes influye en tu ánimo, es un círculo vicioso que puede ser muy beneficioso o una espiral hacia el desastre.
Como habrás podido comprobar, aquí estoy repasando los aspectos básicos de nuestra vida diaria, y la comida es uno de los más importantes. Porque, en nuestra sociedad, ha pasado de ser una necesidad a un acto reflejo. Sin contar con las connotaciones sociales que también van asociadas a la comida.
Vivimos en una vorágine de actividad. El trabajo, la familia, las actividades de los niños, más trabajo... tu vida es un caos organizado y las comidas las encajas en los huecos que te deja ese caos. Lo que debería ser un momento de relax y tranquilidad para disfrutar de una vianda, que nos reponga y nos revitalice, se convierte en un piscolabis a toda prisa, un engullir y un tragar sin descanso porque se nos echa la hora de la siesta encima y si no descansamos después de comer, no somos personas por la tarde.
Por otro lado, ya apenas miramos lo que comemos. Lo de la dieta mediterránea ha quedado para la gente que vive en los pueblos, jubilados y turistas. Gente que, viviendo en la misma época que tú, disfruta de su tiempo, en lugar de sufrirlo. Nos conformamos con echarnos al estómago algo rápido y fácil de hacer. Salteados, sopas, embutidos, congelados y precocinados. Listos y preparados, del estante a tu barriga. Todos tenemos de eso en casa "por si acaso" pero, acaban por convertirse en un "imprescindible" y al final, optas por la comodidad y la rapidez antes que por lo tradicional y lo sano.
Tienes que cambiar esa tendencia, porque sabes que no te está haciendo bien. Pero cuesta, lo se. Y es que todo lo malo, está tan bueno. Chocolates, dulces, bollería, embutidos, salazones, encurtidos, aperitivos, fritos, salseados... ¡Mmmmmm! Se me hace la boca agua. ¿Qué hacer para combatir la tentación? Yo, lo que recomiendo en primer lugar es, hacerse un análisis de sangre. Si, una analítica completa (azúcar, colesterol, tiglicéridos...) y, en cuanto veas que tus valores se salen de la escala, verás como tu punto de vista cambia y la motivación aparece al instante. Y, después ¿qué? Pues, a ponerse las pilas. No digo que dejes de comer drásticamente todo lo que te gusta pero, si puedes reducir su consumo. Intenta comer la mitad, es una regla fácil y tiene sentido que, si comiendo como comes ahora estás mal, comiendo la mitad de lo que comes ahora, se te reducirán los niveles malos. Sustituye los pasteles por fruta. Si le echas dos azucarillos al café, échale uno. Si antes te comías dos bollos, cómete uno. Los platos de pasta, no hasta el borde, la mitad. Las salsas, se cambian por aceite de oliva. Y así, poco a poco te irás dando cuenta de que tu cuerpo va mejorando.
Te puedes dar un capricho, de vez en cuando, no vamos a ganar el concurso de belleza del barrio, pero en un par de años, hasta podrías presentarte.
Como habrás podido comprobar, aquí estoy repasando los aspectos básicos de nuestra vida diaria, y la comida es uno de los más importantes. Porque, en nuestra sociedad, ha pasado de ser una necesidad a un acto reflejo. Sin contar con las connotaciones sociales que también van asociadas a la comida.
Vivimos en una vorágine de actividad. El trabajo, la familia, las actividades de los niños, más trabajo... tu vida es un caos organizado y las comidas las encajas en los huecos que te deja ese caos. Lo que debería ser un momento de relax y tranquilidad para disfrutar de una vianda, que nos reponga y nos revitalice, se convierte en un piscolabis a toda prisa, un engullir y un tragar sin descanso porque se nos echa la hora de la siesta encima y si no descansamos después de comer, no somos personas por la tarde.
Por otro lado, ya apenas miramos lo que comemos. Lo de la dieta mediterránea ha quedado para la gente que vive en los pueblos, jubilados y turistas. Gente que, viviendo en la misma época que tú, disfruta de su tiempo, en lugar de sufrirlo. Nos conformamos con echarnos al estómago algo rápido y fácil de hacer. Salteados, sopas, embutidos, congelados y precocinados. Listos y preparados, del estante a tu barriga. Todos tenemos de eso en casa "por si acaso" pero, acaban por convertirse en un "imprescindible" y al final, optas por la comodidad y la rapidez antes que por lo tradicional y lo sano.
Tienes que cambiar esa tendencia, porque sabes que no te está haciendo bien. Pero cuesta, lo se. Y es que todo lo malo, está tan bueno. Chocolates, dulces, bollería, embutidos, salazones, encurtidos, aperitivos, fritos, salseados... ¡Mmmmmm! Se me hace la boca agua. ¿Qué hacer para combatir la tentación? Yo, lo que recomiendo en primer lugar es, hacerse un análisis de sangre. Si, una analítica completa (azúcar, colesterol, tiglicéridos...) y, en cuanto veas que tus valores se salen de la escala, verás como tu punto de vista cambia y la motivación aparece al instante. Y, después ¿qué? Pues, a ponerse las pilas. No digo que dejes de comer drásticamente todo lo que te gusta pero, si puedes reducir su consumo. Intenta comer la mitad, es una regla fácil y tiene sentido que, si comiendo como comes ahora estás mal, comiendo la mitad de lo que comes ahora, se te reducirán los niveles malos. Sustituye los pasteles por fruta. Si le echas dos azucarillos al café, échale uno. Si antes te comías dos bollos, cómete uno. Los platos de pasta, no hasta el borde, la mitad. Las salsas, se cambian por aceite de oliva. Y así, poco a poco te irás dando cuenta de que tu cuerpo va mejorando.
Te puedes dar un capricho, de vez en cuando, no vamos a ganar el concurso de belleza del barrio, pero en un par de años, hasta podrías presentarte.
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